miércoles, 6 de diciembre de 2017

Amantes de mis cuentos: Sin amigos



Trampa era la atracción principal del circo que visitaba aquel pueblo cada año. No estaba contento con la vida que llevaba. Su domador le trataba bien, pero él se pasaba el día renegando por estar encerrado en aquella jaula pestilente y ansiaba su libertad. Un día en que le trajo comida, en vez de camelarle para que huyeran los dos juntos, actuó a lo bruto y en un descuido le arrancó la mano. En medio de la confusión creada se fue a recorrer mundo.
Encontró a unos animales que tenían unos pies redondos y un cuerpo de lata. Hacían demasiado ruido. Se separó de ellos y se adentró en la selva. Tantos años en el circo no pasaron en balde y se dio cuenta que le gustaba estar acompañado. La soledad no estaba hecha para él. 
Apareció un zorro y le preguntó si quería ser su amigo. Le dijo que sí y le vendió una bolsita que contenía un polvo blanco. Lo probó y le gustó. Sintió tal euforia que siguió andando y esnifando. Estuvo a punto de morir. Gracias a una familia de monos se pudo desintoxicar. Pero un día en que celebraban una boda, le incitaron a beber alcohol y estuvo bailando salsa toda la noche. A la mañana siguiente tenía un horrible dolor de cabeza que le hizo sacar a la superficie todo lo fiero que tenía dentro. Los monos al primer zarpazo espabilaron y corrieron como alma llevada por el diablo.
Trampa se quedó de nuevo en soledad y se echó a dormir. No supo cuánto tiempo estuvo tumbado pero cuando logró levantarse sentía tal hambre que tuvo que buscar algo de comer y fue cuando echó de menos a quien le cuidaba. Se quejó de su mala suerte. Su amigo bien podía haberse venido con él. No se acordó de la mano cercenada.
Siguió vagando. En su deambular se encontró una hembra de su especie que le llevó a la manada. Eran treinta leonas que necesitaban un macho. Fue tanta la actividad y la agresividad que desplegó para reproducirse que las hembras se fueron dispersando una a una. Hasta un león viejo que se le ocurrió acercarse por allí se llevó su parte. Agotado se quedó. Sus patas eran incapaces de levantarse. Llegó a pensar que la libertad tenía muchos riesgos. Su vida era más apacible entre rejas, aunque le hicieran trabajar.

Sus nuevos amigos le abandonaban a poco de conocerle. Eran unos egoístas. Logró ponerse en pie pero estaba tan débil que se bamboleaba. A los pocos días el hambre le acució de tal manera que supo que sus fuerzas se habían quedado en el camino. 


© Marieta Alonso Más

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